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CUADERNOS DE FILOSOFÍA

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6. OBJETIVOS DE LA FILOSOFÍA

6.1. Búsqueda de la verdad, búsqueda de la certeza

A la hora de examinar la situación del ser humano en el mundo para entender así sus acciones, debemos partir de un hecho incuestionable. El mundo no se explica por sí mismo ni está hecho a nuestro gusto. En ocasiones puede incluso sernos hostil o, al menos, indiferente a nuestros deseos. Por otro lado no somos omnipotentes; somos conscientes de que tenemos límites (aunque quizá no sepamos muy bien dónde están) y lo que es más importante todavía, somos conscientes de nuestra mortalidad. Cada ser humano es arrojado al mundo y, al contrario de lo que sucede con los animales, no está exclusivamente regido por unos instintos que le digan lo que tiene que hacer en cada momento, que le marquen una pauta de acción fija. Por el contrario el ser humano debe elegir, debe ir construyendo su mundo y tomar decisiones en función de lo que considere valioso o digno de ser buscado.

Ortega y Gasset expresa la situación vital del ser humano, entre la fatalidad y la libertad, con el siguiente ejemplo:

"No nos hemos dado a nosotros la vida, sino que nos la encontramos justamente al encontrarnos con nosotros. Un símil esclarecedor fuera el de alguien que, dormido, es llevado a los bastidores de un teatro y allí, de un empujón que le despierta, es lanzado a las baterías, delante del público. Al hallarse allí, ¿qué es lo que halla ese personaje? Pues se halla sumido en un situación difícil sin saber cómo ni por qué, en una peripecia: la situación difícil consiste en resolver de algún modo decoroso aquella exposición ante el público, que él no ha buscado ni preparado ni previsto. En sus líneas radicales, la vida es siempre imprevista. No nos ha anunciado antes de entrar en ella -en su escenario, que es siempre uno concreto y determinado-; no nos han preparado. "

¿Qué es filosofía? José Ortega y Gasset

Estas elecciones que se ve obligado a realizar, esta capacidad de decidir, que constituye su privilegio, constituyen también una carga, pues toda elección conlleva responsabilidad. Por último, hay que señalar que esta situación de desamparo debe afrontarla cada ser humano por sí mismo. Juntos hemos construido ciudades, sociedades y naciones, pero en la esencia de lo que somos cada uno nos reconocemos solos y aislados. Esta conciencia de la soledad en la que nos encontramos produce generalmente angustia, y ante ella el ser humano ha buscado diversas soluciones para superarla o para ignorarla. Así, la búsqueda de poder, la religión, las drogas, el ascetismo, la contemplación de la belleza, la participación en actos colectivos donde el individuo se funde con la masa, etc. son todos ejemplos de esas alternativas. La filosofía y las actividades intelectuales en general no lo son menos. En la búsqueda de la verdad también ha pretendido el ser humano encontrar una salida, si bien la virtud que pueda tener la filosofía sea que no pretende superar la situación humana ni ignorarla, sino aprender a vivir con ella.

Hasta el momento, y en líneas generales, así hemos tratado a la filosofía, como una búsqueda de la verdad, o una búsqueda del conocimiento. Incluso en aquellas filosofías que concluyen que la tarea del filósofo es inútil, o bien que los conceptos tales como verdad o falsedad no son sino construcciones sociales de las que debemos desembarazarnos, incluso en las filosofías más "destructivas" hay un interés por aproximarse a la realidad de una forma más auténtica. La filosofía puede ser un viaje que no nos aporta muchos más conocimientos de los que teníamos al iniciarlo. Todavía más, es posible que, por medio de la filosofía, hayamos destruido parte del conocimiento que hasta ahora habíamos adquirido al mostrar su falta de fundamentos o los prejuicios en los que se basaba, por lo que puede que terminemos el viaje sabiendo menos de lo que sabíamos al iniciarlo. Sin embargo, en cualquier caso, en todo viaje filosófico se termina por saber algunas cosas nuevas que antes no se sabían.

Este aprender cosas nuevas responde al anhelo de comprender algo mejor la realidad con el que caracterizábamos la filosofía. Ahora bien, la filosofía, o mejor dicho, los filósofos, no siempre han buscado la verdad, o no exclusivamente, sino que también han buscado la certeza, un conocimiento del que no se pudiese dudar, una seguridad absoluta que pusiese fin a la incertidumbre y a la duda.

La certeza absoluta está fuera del alcance de los seres humanos. El espíritu crítico, otro de los rasgos característicos de la filosofía, ha ido desmontando con el paso del tiempo todos aquellos sistemas filosóficos que han pretendido ser inmutables e imperecederos. Pero la búsqueda de la certeza, que en muchas ocasiones no responde a la curiosidad sino a la búsqueda de la seguridad, ha seguido siendo un impulso hacia la reflexión y ha llevado a menudo a la renuncia del espíritu crítico y al dogmatismo, con lo que la filosofía, o los filósofos, que son quienes desean, anhelas y quieren, se ha traicionado a sí mismos.

"La metafísica -afirma en tono de humor F.H. Bradley- es la búsqueda de falsas explicaciones para lo que creemos por instinto". Este comentario, que no por estar escrito en tono de humor deja de señalar un punto importante, nos lleva a la cuestión de la creación de las ideas filosóficas. En un primer momento, cuando leemos los textos originales, podríamos pensar que los filósofos llevan a cabo una serie de razonamientos lógicos o de distinto tipo, que finalmente desembocan en tal o cual conclusión (que no habían concebido de antemano). Esta imagen, en gran medida, es falsa, pues en muchas ocasiones los argumentos filosóficos son los modos que tenemos de defender las ideas o sentimientos que ya teníamos previamente. Tales ideas pueden estar tan profundamente arraigadas por la educación recibida en la infancia o por el peso de la tradición, que no sólo puede favorecer una visión del mundo explícita, sino también muchas otras consideraciones, juicios de valor y afirmaciones implícitas que en ocasiones es difícil desenmascarar. Cuando el objetivo del filósofo es justificar sus más íntimas convicciones guiado por la necesidad de seguridad, que, considera, obtendrá con tal justificación, en ese momento es probable que el espíritu crítico quede a un lado.

Dos ejemplos de este proceso pueden ilustrar la cuestión. El primero de ellos no es estrictamente filosófico, pero es adecuado para lo que queremos mostrar. Contamos además con los testimonios de pensadores como Sigmund Freud, Karl Popper y Bertrand Russell sobre el mismo y nos remonta a la Primera Guerra Mundial. Veamos concretamente los comentarios de Popper al respecto:

"Antes de la guerra, muchos miembros de nuestro círculo habían discutido sobre teorías políticas que eran decididamente pacifistas y, por lo menos, críticas en sumo grado del orden existente; y habían desaprobado la alianza entre Austria y Alemania y la política expansionista de Austria en los Balcanes, especialmente en Serbia. Quedé asombrado por el hecho de que pudieran convertirse de repente en partidarios de esa misma política.
Hoy entiendo un poco esas cosas. No sólo era la presión de la opinión política; era el problema de división de lealtades. Y estaba también el miedo -el miedo a las violentas medidas que han de tener en guerra las autoridades contra los disidentes, pues entonces no es posible trazar una línea neta entre disentimiento y traición-. Pero en aquel tiempo yo me sentía verdaderamente perplejo."

Búsqueda sin término , Karl R. Popper

El segundo ejemplo es un comentario relativo a la filosofía de Descartes:

"Descartes, el padre de la filosofía moderna, ilustra a la perfección esta peculiar disposición mental. Jamás habría llegado a construir su filosofía -así nos lo asegura- si hubiese tenido un solo maestro, porque entonces habría creído en lo que se le decia; pero, al descubrir que sus profesores no estaban de acuerdo los unos con los otros, se vio obligado a sacar en conclusión que ninguna de las doctrinas existentes era cierta. Como tenía un apasionado deseo de certidumbre, se puso a trabajar a fin de descubrir un nuevo método para alcanzarla. Como primer paso, decidió rechazar todo aquello de lo cual podía llegar a dudar. Los objetos cotidianos (sus relaciones, las calles, el sol y la luna, y así sucesivamente) podían ser ilusiones, porque veía cosas similares en sus sueños y no podía estar seguro de no estar siempre soñando. Las demostraciones matemáticas podían ser erróneas, puesto que los matemáticos algunas veces comenten errores. Pero no podía dudar de su propia existencia, puesto que si no existía no podía dudar. Por fin, pues, tenía ahí una premisa indudable para la reconstrucción de los edificios intelectuales que su anterior escepticismo le había derribado.

Hasta este momento, todo iba bien. Pero desde ese instante su obra pierde toda su perspicacia crítica, y acepta un sinfín de máximas escolásticas a favor de las cuales no se puede alegar más que la tradición de las escuelas. Cree que existe, dice, porque eso lo ve muy clara y muy distintamente; saca en conclusión, pues, "que puedo tomar por regla general que las cosas que concebimos con suma claridad y muy distintamente son todas ciertas". Comienza entonces a concebir toda clase de cosas "con suma claridad y muy distintamente", tales como que un efecto no puede tener mayor perfección que su causa. Puesto que puede formarse una idea de Dios (es decir, de un ser más perfecto que él), esta idea debe de haber tenido otra causa más perfecta que él, causa que sólo puede ser Dios; por lo tanto, Dios existe. Puesto que Dios es bueno, Él no engañaría perpetuamente a Descartes; entonces, los objetos que Descartes ve cuando está despierto deben de existir realmente. Y así sucesivamente. Toda la cautela intelectual es arrojada por los aires (.).

En un hombre cuyos poderes de razonamiento son buenos, los argumentos falaces son prueba de inclinación tendenciosa. Cuando Descartes se encuentra escéptico, todo lo que dice es agudo y convincente, y hasta su primer paso constructivo, la prueba de su propia existencia, tiene mucho en su favor. Pero todo lo que sigue es flojo, descuidado y apresurado, revelando de este modo la deformante influencia del deseo."

Ensayos impopulares , Bertrand Russell

Con estos dos ejemplos queremos llamar la atención sobre la tendencia, que en mayor o menor medida se dará en todas las personas, a olvidarse de ciertas virtudes intelectuales de la mayor importancia, la de la imparcialidad, en la medida en que esto sea posible, y la de la honestidad intelectual. El afán por lograr la certeza puede llevar en ocasiones a caer en falacias, a no ser riguroso, o a revestir el pensamiento con unos términos tan complicados que su sólo manejo requiere ya de una formación especializada aun cuando no es necesario tal disfraz.

Acerca de la filosofía que apela a este tipo de recursos, Russell afirma:

"La filosofía es un estadio del desarrollo intelectual, y no es compatible con la madurez mental. A fin de que pueda florecer, debe seguirse creyendo en las doctrinas tradicionales, pero no tan incuestionablemente que no se busquen argumentos en apoyo de ellas; también tiene que existir la creencia de que las verdades importantes pueden ser descubiertas por el simple pensamiento, sin la ayuda de la observación. Esta creencia es verdadera en el campo de las matemáticas puras, que ha inspirado a muchos de los grandes filósofos. Es cierto en las matemáticas porque ese estudio es esencialmente verbal, no es cierta en ningún otro campo, porque el pensamiento, por sí sólo, no puede establecer ningún hecho no verbal. Los salvajes y los bárbaros creen en la existencia de una conexión mágica entre sus personas y sus nombres, cosa que hace que resulte peligroso permitir que un enemigo sepa cómo se llaman. La distinción entre palabras y lo que ellas designan es difícil de recordar siempre; los metafísicos, como los salvajes, tienen tendencia a imaginar una relación mágica entre las palabras y las cosas, o por lo menos entre la sintaxis y la estructura del mundo. "

Ensayos impopulares , Bertarnd Russell

Es posible que la alusión al pensamiento de los salvajes pueda parecer exagerada, pero no lo considero así. Cuando buscamos una teoría que explique el mundo esperamos encontrar en ella la anhelada seguridad (pues recordemos que el punto de partida es que este mundo no se explica "por sí mismo", siendo además indiferente a nuestros deseos, un mundo al que cada uno ha sido arrojado y en el que cada uno, en un nivel profundo, es consciente de que se encuentra solo). Buscamos en las teorías, en la filosofía, en la religión o en la adhesión dogmática a una causa, un sentido, algo fijo e inmutable que sirva como apoyo sólido e indestructible. Pero tal búsqueda de la certeza no sólo es inútil sino absurda e innecesaria (al menos por lo que a la seguridad se refiere, en otros sentido puede ser muy fructífera). Es inútil porque, como hemos dicho, la certeza está fuera de nuestro alcance. Es absurda porque es un error pensar que nuestra seguridad o la estabilidad del mundo depende de nuestras teorías. A este respecto me permito introducir una anécdota personal que considero muy apropiada: En cierta ocasión, durante una discusión en torno a las teorías de Newton y Einstein, exclamé "¡La teoría de la gravedad es errónea!", ante lo cual mi interlocutor exclamó todavía más sorprendido, "¡¡Eso es imposible!! ¿Cómo es que entonces los objetos, las mesas y las sillas, no salen flotando?". Mi interlocutor, como cualquiera de nosotros en muchas ocasiones, estaba confundiendo la teoría con la realidad. Aunque la teoría de la gravedad sea errónea los objetos seguirán cayendo hacia el suelo sin verse afectados en lo más mínimo. De hecho, aunque nunca se hubiese formulado la teoría de la gravedad, o aunque Newton no hubiese existido, los objetos habrían continuado atrayéndose unos a otros. El orden del mundo no existe gracias a nuestras teorías, sino que éstas son reflexiones elaboradas una vez que ese orden existe y que pretenden dar cuenta de él. Al igual que sucede con la gravedad y la caída de los cuerpos, sucede con muchas otras cosas. Quien considera, por ejemplo, como consecuencia de diversas reflexiones, que la gente es buena por naturaleza, puede sentirse decepcionada y apesadumbrada si encuentra un argumento contrario más convincente. Pero tal sentimiento es absurdo, porque la gente seguirá comportándose tan bien o tan mal como lo ha hecho hasta el momento.

Es nuestra aceptación de una teoría lo que nos proporciona seguridad, no la realidad, que sigue su curso independientemente de lo que pensemos los humanos de ella. Cuanto más dogmáticamente se acepta una teoría, tanta más seguridad cree tener quien se aferra a ella. Pero pensar que se está en lo cierto no es garantía para estarlo.

Todas estas observaciones son importantes porque la aceptación de un punto de vista u otro tiene repercusiones éticas, como veremos en el siguiente punto, repercusiones especialmente nefastas en el caso de que el punto de vista propio sea aceptado y defendido dogmáticamente.

La filosofía no es una labor exclusivamente individual. En la medida en que se basa o debería basarse en el espíritu crítico las ideas están expuestas a la consideración de todos. Ante el otro presento mi postura, dialogo, examino, critico y comparto. La filosofía es siempre un diálogo, la mayoría de las veces con los pensadores del pasado o con uno mismo, pero cuando el diálogo es real entre dos personas, no deberían olvidarse el valor del respeto y la tolerancia mutua. Estas observaciones pueden parecerles a algunos innecesarias, pero no está mal recordar que en la historia de la filosofía no escasean los casos en los que el diálogo ha brillado por su ausencia. Basta recordar ahora la triste visión de dos de los más grandes genios de la filosofía y la ciencia, Newton y Leibniz, disputandose con descalificaciones fuera de tono la autoría del cálculo infinitesimal, que cada uno había descubierto independientemente del otro, y que supuso una separación de la matemática inglesa y la continental por dos siglos. Y en caso de que no bastase ese ejemplo, recuérdese las disputas entre creyentes y no creyentes, políticos o partidarios de políticas de distinto signo, filósofos, psicólogos, sociólogos y todos aquellos dedicados a la actividad intelectual, disputas en las cuales las cuestiones de prestigio, poder o imagen tienen más importancia que el asunto en cuestión

No considero, por lo tanto, fuera de lugar, recordar el "decálogo liberal" con el que Bertrand Russell, filósofo de espíritu volteriano, pretendía evitar en lo posible el dogmatismo, que es, en definitiva, lo más alejado del verdadero espíritu filosófico:

"Quizá la esencia de la visión liberal pueda resumirse en un nuevo decálogo, que no pretende reemplazar al antiguo, sino sólo complementarlo. Como docente, los Diez Mandamientos que quisiera promulgar podrían enunciarse del siguiente modo:

1. No te sientas completamente seguro de nada.

2. No creas que merece la pena ocultar la prueba, pues ésta es seguro que saldrá a la luz.

3. No te desaliente nunca pensar que no vas a tener éxito.

4. Cuando encuentres oposición, aun cuando sea de tu esposa o de tus hijos, esfuérzate por vencerla con argumentos y no por la autoridad, pues la victoria basada en la autoridad es ficticia e ilusoria.

5. No tengas respeto a la autoridad de otros, pues siempre se encuentran autoridades que opinan lo contrario.

6. No utilices el poder para reprimir opiniones que creas perniciosas, pues si lo haces, las opiniones te reprimirán a ti.

7. No temas parecer excéntrico al opinar, pues todas las opiniones ahora admitidas fueron antes excéntricas.

8. Mira con más agrado la discrepancia inteligente que el asentimiento pasivo, pues si valoras como es debido la inteligencia, lo primero supone un asentimiento más profundo que lo segundo.

9. Sé escrupulosamente veraz, aun cuando la verdad sea inconveniente, pues será aún más inconveniente si tratas de ocultarla.

10. No sientas envidia por la felicidad de otros que viven en un paraíso de necios, pues sólo un necio puede creer que eso es la felicidad."

 

Bertrand Russell

Una forma más sencilla incluso de tener en mente la actitud crítica bien podrían ser las siguientes palabras:

"Tal vez tú tengas razón, tal vez la tenga yo.
Probablemente estemos ambos equivocados.
Busquemos, juntos, cuál pueda ser la verdad".

Como si de una medicina se tratase, díganse antes de comenzar a dialogar, o en el momento en el que el debate se acalore demasiado. De esta forma eliminamos el insaciable afán de certeza, pero se consuela la razonable necesidad de la seguridad, no porque la garantía es estar en posesión de la verdad, sino porque, al menos, en la búsqueda de ésta no estamos completamente solos.

De forma parecida lo expresó Antonio Machado:

"¿Tu verdad? No, la Verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela"


6.2. Repercusiones éticas

Las reflexiones del anterior apartado no han tratado de quitar importancia a los resultados de la reflexión y del debate, no se ha pretendido introducir la idea de que no importa lo que sea dicho, creído o aceptado, sino que se ha buscado poner de manifiesto que lo verdaderamente valioso y digno de respeto son las personas con las que debatimos, y posteriormente, las ideas. Por lo demás no concibo límites para el diálogo. Sentado esto, hay un aspecto de las reflexiones filosóficas que sí es importante.

Como última observación de este apartado quisiera mostrar que existe una relación entre la constatación de nuestra imperfección a la hora de conocer el mundo y la realidad, y cierta actitud ética para con los demás y para con nosotros mismos, la de la tolerancia. En palabras de Voltaire: "Tolerancia es la consecuencia necesaria de la comprensión de que somos personas falibles: equivocarse es humano, y todos nosotros cometemos continuos errores. Por tanto, dejémonos perdonar unos a otros nuestras necedades".

De nuevo es posible que esta alusión a la tolerancia mutua pueda parecer fuera de lugar en un texto que simplemente trata de explicar qué sea la filosofía, pero debemos tener en cuenta varios factores: por una parte, que el intento de comprender la realidad y a nosotros mismos, como afirmábamos al comenzar este apartado, no es un intento individual sino colectivo, en el que el papel de la crítica, la contrastación de ideas y el continuo examen y valoración de las distintas propuestas no puede ser pasado por alto, y en el momento en que otro u otros seres humanos distintos a mi hacen su aparición, lo hace también la ética, la reflexión sobre el modo en que voy a tratar a esa persona. Por otra parte ya mencionamos que el anhelo de seguridad ha llevado en ocasiones al dogmatismo. Las propuestas filosóficas, como hemos comentado, no son neutrales, y el peligro de que los intereses subyacentes determinen nuestras indagaciones está siempre presente. La labor del intelectual a lo largo de la historia, desgraciadamente, ha sido en muchas ocasiones la de estar al servicio del poder y legitimarlo a cualquier precio. Las ideas de "ortodoxia", por no decir la de "herejía", han llevado a justificar la persecución, la crueldad y el terror, y los intelectuales han jugado su parte en ello. A lo largo de la historia, igualmente, la educación ha sido concebida para perpetuar el sistema de valores existente. Todo ello está fuertemente inspirado por el miedo, que tiene puestas sus miras en el pasado y su conservación antes que en el mundo que es posible crear. La responsabilidad del filósofo, así como la del intelectual y el educador en general, es enorme, y su tarea consiste, de una manera muy general, en abrir nuevas puertas, nuevas posibilidades para que el ser humano explote la diversidad y variedad en la que radica uno de sus más valiosos tesoros, así como mostrar y denunciar los límites que nos hemos puesto a nosotros mismos o que aceptamos injustificadamente.

Stuart Mill -afirma Isaiah Berlin- critica a los "progresistas" que pretenden modificar la opinión social para hacerla más favorable a este o a aquel plan de reforma, en lugar de atacar el principio según el cual la opinión social debería ser ley para los individuos. En un mundo en el que existen fuerzas inmensas que pretenden por medios diversos, a menudo no explícitos, moldear a la población por un mismo patrón de tal forma que la individualidad y el criterio personal queden suprimidos, la simple diferencia, la resistencia y mucho más la protesta, constituyen un valor tanto más necesario cuanto mayores son los poderes que pretenden hacerlas desaparecer. Mill lo expresa de forma más sencilla, pero no por ello menos significativa: "La humanidad gana más consintiendo a cada cual vivir a su manera que obligándole a vivir a la manera de los demás."



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© José Sánchez-Cerezo de la Fuente 2004


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