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CUADERNOS DE FILOSOFÍA

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6. LOS SOFISTAS

 

6.1. Protágoras de Abdera (480-411 a. C.)

Natural de Abdera, quizá discípulo de Demócrito, nos consta que viajó a Atenas para enseñar y que allí conoció y entabló estrecha relación con Pericles, quien le encargó la redacción de la constitución de la colonia de Turius (443). Ya mencionamos anteriormente que fue juzgado por impiedad. Sus obras fueron quemadas públicamente, tal y como lo transmiten Diógenes Laercio y Cicerón (curiosamente ni Platón ni Aristóteles mencionan este juicio). Protágoras murió en el naufragio del barco en el que trató de escapar. De las obras perdidas pocas sentencias han sobrevivido. Los dos puntos fundamentales de su doctrina que hoy conocemos con seguridad son, por un lado, el relativismo característico de todos los sofistas, pero que Protágoras explicita claramente, y, en el debate entre el nomos y la naturaleza, la consideración de que el nomos no se opone a la naturaleza, sino al contrario, la complementa y es por tanto beneficioso.

Con respecto al primer punto, el hombre como medida de todas las cosas, cabe decir que no se trata meramente de un relativismo de las valoraciones éticas o estéticas, sino que el hombre es medida de la verdad y de la falsedad.

“¿No quiere decir algo así: –pregunta Sócrates refiriéndose a la famosa afirmación de Protágoras- las cosas son para mí tal como me aparecen a mí y son para ti tal y como te aparecen a ti, puesto que eres hombre tú y hombre yo?”

Platón, Teeteto

y más adelante observamos que el relativismo puede ser con respecto al individuo o con respecto a una comunidad: “ Aquellas cosas que parecen justas y honorables a cada ciudad son justas y honorables para ella mientras piense que lo son .”

En estas afirmaciones se está identificando el ser con las apariencias . Protágoras se aleja de la búsqueda de “esencias” tal y como pretendía Sócrates. Esta concepción tiene consecuencias prácticas en la manera de entender la educación, pues no olvidemos que Protágoras era un maestro. Por medio de la comparación con la labor de un médico, la enseñanza es, no la búsqueda de la verdad (pues ya hemos dicho que esta es relativa), sino la de la utilidad:

De igual modo, con la educación ha de procurarse el cambio del estado peor al mejor. Ahora bien, mientras el médico produce el cambio mediante fármacos, el sofista lo produce mediante discursos .”

Un aspecto que podemos señalar de Protágoras en relación a este relativismo son las antilogias , una especie de “doble razonamiento” por el cual se negaban las esencias inmutables y se argumentaba a favor y en contra de una afirmación en función de la persona a quien le afectaba esa afirmación. Por ejemplo:

Que se rompan las cerámicas es malo para los demás, bueno para el ceramista. Que se rompan y agujereen los zapatos es malo para los demás, bueno para el zapatero .”

Argumentos de este estilo chocan claramente con preguntas esencialistas del tipo “¿Qué es lo bueno?”, que dan a entender que lo bueno es algo inmutable e independiente de las circunstancias.

En toda esta forma de entender la educación (y la política, pues la búsqueda de lo mejor también es la labor del político), queda patente el carácter convencional del nomos, de las normas (¡cómo va a considerar Protágoras naturales las leyes si él mismo se encargó de redactar una constitución!). Pasemos a ver el segundo punto importante de su filosofía:

Para Protágoras, que se vale del mito de Prometeo para explicar su postura en el diálogo platónico que lleva su nombre, la naturaleza ha dotado al hombre de ciertas capacidades, pero estas no son suficientes y el ser humano las complementa con la cultura, que supone un orden y un acuerdo para impedir la violencia mutua de las personas entre sí. Naturalmente, se plantea de inmediato la siguiente cuestión: si las normas son creadas ¿a quién favorecen? ¿en interés de qué individuo o grupo se han instaurado esas normas? La respuesta de Protágoras es que las normas benefician a todos. Sin embargo no será esa postura la más común entre los sofistas, entre los cuales cubrirán todas las valoraciones posibles de la ley frente a la naturaleza. Veámoslas:


6.2. Gorgias de Leontinos (485-380 a. C.)

Gorgias fue enviado a Atenas para solicitar ayuda en la guerra contra Siracusa. Una vez allí, su fama como orador se extendió rápidamente. Sócrates imitaba su estilo de oratoria. Murió en Tesalia, con más de 100 años.

Nos han llegado unos fragmentos muy significativos, a través de la obra de Sexto Empírico, perteneciente a un libro de Gorgias titulado “Sobre el no-ser”:

“En el libro titulado Sobre el no-ser o Sobre la naturaleza desarrolla tres argumentos sucesivos. El primero es que nada existe; el segundo, que aunque exista es inaprensible para el hombre; y el tercero, que, aun cuando fuera cognoscible, no puede ser comunicado ni explicado a otros.”

Sexto Empírico

Esta postura es completamente opuesta a la de Parménides, y la base de la argumentación de Gorgias es la constatación de que las palabras y la realidad no guardan una correspondencia; con las palabras no expresamos la realidad sino nuestras experiencias subjetivas. La realidad, en definitiva, no es ni cognoscible ni comunicable.

“Pues el medio con el que comunicamos las cosas es la palabra, y el fundamento de las cosas así como las cosas mismas no son palabras. En consecuencia no son las cosas lo que comunicamos a los demás, sino la palabra que es diversa de las cosas que existen. Al igual que lo visible no puede hacerse audible ni tampoco a la inversa, así también, puesto que lo que es tiene su fundamento fuera de nosotros, no puede convertirse en palabra nuestra. Y, al no ser palabra, no puede ser revelado a otro.”

Gorgias

Gorgias llega con esta doctrina a un relativismo total, negando cualquier tipo de verdad objetiva así como de norma moral. Ahora bien, aunque la palabra no sirva como medio de expresión de la realidad, es importantísima como medio de control y de manipulación. En la obra “Encomio de Helena” (cuya atribución a Gorgias es dudosa) se lee:

La palabra tiene un enorme poder. A pesar de que su cuerpo es diminuto e invisible, lleva a cabo las más diversas empresas: es capaz, en efecto, de apaciguar el miedo y de eliminar el dolor, de producir la alegría y de excitar la compasión .”

Así pues, lo que le interesa a Gorgias es el poder de la palabra, poder que puede ser usado para las cosas más diversas y al servicio de los intereses más dispares, si bien esa cuestión queda en manos de cada hablante.


6.3. Pródico de Ceos

Este sofista, nacido aproximadamente en el 460 a.C. fue un experto en el arte de triunfar en la política y un maestro del lenguaje. Al parecer el propio Sócrates, más jóven que el sofista, asistió a sus clases.

Al parecer Pródico es el autor de la fábula denominada “La encrucijada de Heracles”, una representación de la elección entre la vida virtuosa, caracterizada por la sencillez y la austeridad, y la vida ociosa y placentera, representadas respectivamente por la encarnación de la Virtud y el Vicio ambas en forma femenina. La elección de Pródico será la de la virtud.

 

Representación de la “Encrucijada de Heracles” por Annibale Carracci hecha en 1956

Pródico sostiene una teoría naturalista sobre el origen de la religión. Según Sexto Empírico afirmó:

"los antiguos consideraron como dioses al sol y a la luna, a los ríos, a las fuentes y, en general a todas aquellas cosas que son útiles para nuestra vida, en la medida en que la ayudan, igual que los egipcios deifican al Nilo"

Sexto Empírico

 


6.4. Hipias

Al parecer, según nos ha llegado de Platón, Hipias fue un sofista caracterizado por un conocimiento enciclopédico que fue acumulando a lo largo de numerosos viajes y que abarcaban el campo de la astronomía, la historia, la matemática, la poesía, la filosofía, la geometría, etc., así como los diversos estilos y formas de expresión, desde el discurso a la tragedia, desde el ditirambo al texto que podríamos denominar “científico”. Semejante compendio de conocimientos fue puesto por escrito en su gran obra Synagogé .

En su concepción más estrictamente filosófica hay que destacar que Hipias trata el tema de la distinción entre physis y nomos decantándose, por su parte, por la naturaleza. Ahora bien, esto no quiere decir que Hipias conceda mayor importancia a cada uno de los individuos en su diferencia o naturaleza particular, naturaleza propia que chocaría con las convenciones sociales en función de cada cual, sino que Hipias destaca la naturaleza común y subyacente a todos los seres humanos, más allá de las desigualdades que hemos ido creando nosotros mismos con el paso del tiempo (desigualdad en la riqueza, el status, etc.) pero que en nada se corresponden con el fondo común de la humanidad.

Esta visión de la naturaleza y de lo convencional repercute directamente en el modo en que son tenidas en consideración las leyes humanas. Dichas leyes no pueden pretender la universalidad y, en caso de ser necesario, pueden ser modificadas. Existen, no obstante, leyes divinas que, como puede ser el caso de la veneración a los dioses y el honrar a los padres, se dan en todas las culturas y sí tienen pretensión de universalidad, encontrándose por encima, o por debajo, de la cultura y sus, podríamos llamarlas, ficciones.

 

6.5 Trasímaco, Glaucón y Calicles

Estos tres sofistas reflexionaron acerca de la naturaleza del nomos y de la ley y, aunque sus afirmaciones puedan parecer en un principio directamente contradictorias, veremos que están íntimamente unidas y que sus doctrinas revelan las caras opuestas de una misma moneda.

Trasímaco, como podemos leer en “La República”, afirma que el nomos no es más que el interés de los más fuertes, es decir, de aquellos que detentan el poder y señala que el justo (el que respeta la ley, el que no soborna ni engaña, etc.) sale siempre perjudicado, mientras que el injusto obtiene siempre beneficio:

La injusticia, cuando alcanza el nivel suficiente, es más fuerte, más libre y más dominadora que la justicia y, como decía ya desde el principio, lo justo resulta ser lo que conviene al más poderoso mientras que lo injusto es lo que aprovecha y conviene a uno mismo .”

Glaucón retoma este punto de vista e imagina una situación hipotética para argumentar que el único motivo por el cual los hombres obedecen a la justicia es por miedo a ser perjudicados. Sin embargo, si cualquiera de aquellos que habitualmente se comportan de forma justa pudiese volverse invisible y sus acciones pasar desapercibidas:

sorprenderíamos al hombre justo siguiendo los mismos pasos que el injusto y yendo a parar a lo mismo, movido por un egoísmo insaciable cuya satisfacción persigue, como algo bueno, toda naturaleza por más que ésta sea obligada violentamente por la ley a respetar la igualdad .”

La aportación de Glaucón con respecto a las afirmaciones de Trasímaco es la distinción clara entre naturaleza y cultura.

Finalmente Calicles afirma que el nomos satisface a la masa de los débiles:

y es que, pienso, los que imponen las leyes son la mayoría, los hombres débiles. Para sí mismos y para provecho propio establecen las leyes e instituyen qué ha de elogiarse y qué ha de vituperarse… Pienso, en efecto, que se sienten satisfechos si poseen lo mismo que los fuertes, aun valiendo menos .”

Esta transmutación de los valores, efectuada por la envidia que los débiles sienten ante los fuertes (como analizará Nietzsche en el siglo XIX con más detalle, remitiéndose precisamente al mundo antiguo) puede parecer opuesta a la afirmación de Trasímaco de que la ley favorece al fuerte, pero esta aparente contradicción queda disuelta cuando observamos que se están utilizando los términos justo e injusto, o fuerte y débil, en distintos sentidos y niveles. Así, se habla de lo justo en relación a la ley o de lo justo en sentido absoluto. En el caso del fuerte y el débil convendría aclarar si se habla de un individuo o de una colectividad (por ejemplo, en el caso de Calicles, los individuos débiles, al unirse, y por ser mayoría, pasan a tener más fuerza que el conjunto de los individuos fuertes, pero no por ello dejan de ser débiles individualmente. Una vez que los débiles han instaurado la ley a su conveniencia han dejado de ser débiles y, como decía Trasímaco, la ley estará favoreciendo a los “fuertes”).

 

6.6. Antifonte

Antifonte defenderá la idea de que lo que mueve al ser humano, por naturaleza, es el hedonismo y la búsqueda del placer. El nomos, en cambio, se opone en ocasiones a dicha búsqueda. Así pues, hay un bien y un mal relativo a la naturaleza y un bien y un mal en relación con lo que dictan las leyes. Antifonte considera que ir en contra de la naturaleza es siempre un mal, mientras que seguir sus dictados es siempre un bien. En cambio transgredir la ley no es, de suyo, un mal, siempre y cuando uno no sea descubierto y castigado por ello. A esta crítica a la supuesta virtud de la ley se suma el hecho de que, en ocasiones, obedecer la ley supone dañar a otras personas y, aunque se obedeciese en todo a la ley, ésta no es capaz de protegerle a uno con total seguridad.

Esta postura contiene varias críticas al nomos: por un lado parece eliminar la espontaneidad propia de la vida que se rige conforme a la naturaleza, por otra parte, no representa una alternativa a la conducta natural porque no garantiza la satisfacción de los impulsos vitales y el ideal de justicia, que podría formularse de la siguiente forma: “ no hacer daño a los demás ni recibir daño de ellos .” Un ideal humanitario que señala además las antinaturales distinciones que el nomos establece entre los seres humanos:

Solemos ensalzar a quienes proceden de familia ilustre y no ensalzar ni respetar a quienes no proceden de familia ilustre. En esto nos portamos entre nosotros como los bárbaros, ya que todos somos por naturaleza iguales, tanto los bárbaros como los griegos .”

Antifonte

 

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© José Sánchez-Cerezo de la Fuente 2004